Hablemos de Berdon

Las Cosas Olvidadas

MICAELA

Viví alrededor de dos semanas en el hospital, en un cuarto con todas las comodidades para los padres con hijos en la unidad de cuidados intensivos, mi esposo iba y venía pues teníamos otra niña próxima a cumplir sus 4 años. Ella, Micaela, es la primera en la lista de las “cosas” olvidadas. Me concentré tanto en tratar de entender mi nueva vida que solo quería pasar sentada en esa silla junto a Georgia 24/7, no porque pensara que ella moriría como decían todos los médicos sino para conocerla, para conocer cada procedimiento que las enfermeras le hacían, para conocer cada tubo o manguera que salían de su cuerpo y para conocer cada medicamento que entraba. Quería que fuera yo quien le hiciera todo y que nadie a parte de mi tuviera que tocarla.  Nadie la tocaría con la fe que yo lo hacía, nadie le haría las cosas con el amor y la confianza de que un día no tendría nada de eso, yo sabía que un día, todo sería como aguas que pasaron, ¿recuerdan?, más tarde me daría cuenta que el haber aprendido todo sobre ella, le daría la salida del hospital antes de lo previsto. Mi esposo traía a Micaela al hospital los fines de semana, pero olvidé por completo que ella me necesitaba. Todo su mundo cambió en una noche, de un día para otro su mamá no estaba y se tardaría algún tiempo en regresar, al menos emocionalmente; la hermanita que le prometieron no llegaba a casa, sin embargo, ella no cuestionó, no reprochó y esperó; esperó pacientemente, obvio, amigos y familiares estuvieron con ella y todos trataban de explicarle lo que podían entender, porque sí, todavía no entendíamos.

EL PASILLO

Continuando con la lista de las cosas olvidadas, no pude tomar el tiempo de la dieta, aquellos días donde te quedas en casa contemplando el ángel recién enviado del cielo, pues pasadas las dos semanas tuve que dejar el hospital y regresar a casa. Para ir a verla, tenía que manejar alrededor de una hora, tenía que poner un cojín entre mi vientre y el volante para mitigar el dolor que me producían los baches de la carretera cuando el carro vibraba o saltaba. Luego, caminar desde el parqueo por un pasillo larguísimo y de varios niveles hasta el cuarto donde ella estaba, me tardaba unos 25 minutos más porque tenía que caminar encorvada y muy despacio.  Mientras caminaba muchos pensamientos venían a mi mente, ¿cómo estará mi bebé? ¿qué noticia me van a dar hoy?  Porque siempre que llegaba me daban el reporte de lo que había pasado la noche anterior desde el momento en que yo me iba, y esas noticias siempre eran desalentadoras; pero de inmediato vacunaba mi mente, “no Tatiana, ella está bien, ella va a estar bien, ella va a salir pronto, ella si va a poder comer, ella no va a necesitar de tubos ni máquinas para vivir, ella va a vivir, ¡y va a vivir muy bien!” La ansiedad era horrible de las ganas de llegar rápido para poder abrazarla, cargarla, orar con ella y adorar con ella. Sabía que todo lo que hiciera con ella en mi loca fe, era una siembra, una que algún día  cosecharía…

EL ESPACIO VACÍO

Regresar a casa fue otra terrible experiencia, regresé sin mi hija. Cuando entré por esa puerta, me invadió una gran soledad, y tristeza que tuve que disimular, pues mi otra niña estaba allí esperándome, esperando un abrazo, esperando una sonrisa, esperando a la madre que llegaba con el corazón arrugado y muy divido. Esa primera noche fue la peor, desperté en la madrugada y sentí un enojo abrumador, sí, me enojé con Dios, esa madrugada argumenté con Él, sentía una furia que salía dentro de mí, tirada en el suelo, con una almohada en mi vientre para sostener la cesárea y la otra en mi cara para que nadie me escuchara gritar, allí solté toda mi frustración y toda mi ira, todo mi dolor y toda mi humanidad… le pregunté a Dios, le reclamé, me justifiqué, expuse mi caso como delante de un juez para tratar de entender POR QUÉ, por qué esto me había pasado, ¿por qué a mí?…  Fueron las horas más desoladas de mi vida, supongo que Dios esperó pacientemente a que la mujer cegada por la ira regresara a su juicio cabal y entendiera que no estaba hablando con un juez sino con un Padre bueno, justo y fiel.

INICIANDO EL PROCESO

Para empezar el proceso con el Padre bueno, justo y fiel, tenía que salir de mi etapa de negación, tenía que aceptar que mi hija había nacido con una condición, una de esas consideradas enfermedades raras, cuando ella nació, en los Estados Unidos había 18 casos registrados y 220 casos alrededor del mundo. Tenía que aceptar que ella era una niña diferente, una niña que necesitaría ayuda para hacer muchas cosas, pero que era mi niña y que de mí dependía brindarle una vida lo más normal que pudiera. Comprendía que ya genéticamente existía una condición, una condición que tendría que aprender a conocer, una condición que tendría que aprender a desafiar, esa, era la parte con la que yo tenía que trabajar. Decidí entonces trabajar primero con mi mente, para luego trabajar con la de ella, lo que años más tarde, daría su fruto.

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