El Pronóstico
Al segundo día de nacida lograron hacer la cirugía que salvaría o que la alargaría más bien su vida. Y aunque todavía faltaban muchas cosas por descubrir, ellos, los doctores, nos decían qué cosas Georgia, NUNCA iba a poder hacer. “Ella nunca va a comer, va a depender toda su vida de un tubo que la va a alimentar por la vena más cercana al corazón y que corre el riesgo de infectarse y morir por sepsis. Ella nunca podrá hacer sus necesidades como la gente normal, necesitará ayuda para orinar y defecar, pues su intestino no se mueve y su vejiga no funciona, además sus riñones solo funcionarán al 33%. No sabemos si su estómago va a funcionar bien, pero por si acaso pusimos un tubo gástrico para ayudar con la alimentación que será una fórmula líquida porque jamás comerá comida sólida. Tendrá problemas de desnutrición entonces no podrá desarrollarse bien y probablemente, también morirá por esta causa”.
VIVIENDO EN EL HOSPITAL
Los días en que las madres recién paridas lloran de felicidad, yo moría de angustia, de dolor, de terror, recuerden que además todo lo hablaban en el que no era mi idioma nativo, todo era, profundamente confuso…
Me dejaron quedar en el hospital viviendo por dos semanas en un cuarto de un pasillo junto a la sala de cuidados intensivos, podía ir a ver a mi bebé cuando quisiera, podía sacar la leche de mis pechos cargados sabiendo que, según los doctores, nunca podría dársela. Esa leche sabía a lágrimas, pero también sabía a fe, sabía a esperanza. Recuerdo muy bien que en cada extraída yo le hablaba a mi cuerpo, le hablaba al mundo espiritual que escucha y al Creador de ese mundo, que Georgia, la niña que Él me había regalado, la que había crecido en mi vientre, algún día, iba a alimentarse no de esa sonda sino de mi leche, la leche que mi cuerpo producía y que la saciaría hasta darle el crecimiento que ella necesitaba.
Ninguna palabra era alentadora, pasábamos en juntas con los médicos por horas para no llegar a ninguna conclusión o a ningún plan establecido. Sé que ellos hacían su mejor esfuerzo y también se, que su deber es hablar del paciente lo más honesto y cerca posible de su estado médico, pero era tan frio su tono, aunque tan cálido su trato. ¡Pasé por loca tantas veces, me creí tantas veces lo que mi boca confesaba que un día lo vi! Pero esa es otra historia para otro capítulo.
Les decía que pasé por loca muchas veces, en esas juntas donde los médicos usaban con frecuencia la palabra NEVER, yo usaba la frase, SI LO HARÁ. ¡¡ELLA LO HARÁ!! Recuerdo que una doctora se puso bastante molesta cuando veía que mi rostro cambiaba mientras yo hablaba lo contrario a lo que ella decía, lo entendía por mi rostro, (pues no se disimular); ella declaraba la tragedia en inglés, yo declaraba la victoria en español.
GUERRA DE PALABRAS
A partir de ese momento, entendí que habíamos entrado en una guerra de palabras, palabras lanzadas al mundo espiritual, al universo o como quieran decirle, yo le llamo palabras de FE, porque eso es la fe, la locura y desquiciada certeza de que mi Dios me escuchaba y actuaba, aunque todavía no lo viéramos. Las palabras de los médicos me dolían, pero después entendí que ellos me daban la guía de lo que podía usar para orar y creer lo que pasaría, pero de forma inversa. Aprendimos a conocerlos y ellos aprendieron a conocernos; si, porque mi familia estaba tan loca como yo, y era grande el ejército de los que peleábamos por Georgia, éramos muchos.
Esto no hubiera podido lograrlo sola sin haberlos tenido a mi lado, mi familia, mi soporte, siempre estuvieron ahí (continúan aquí), en cada reunión, en el cuarto de visitas, con Georgia; siempre presente sosteniéndome cuando quería derrumbarme; otros estuvieron desde la distancia con sus oraciones y ocupados de nosotras, siempre ideando formas de ayudar. Rodeadas, siempre rodeadas.
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